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Las monjas tengan presente de día y de noche a Cristo el Señor, que durante los días de su vida terrestre ofreció a Dios sus plegarias y súplicas con gran clamor y lágrimas y ahora está sentado a la derecha de la Majestad, siempre vivo para interceder por nosotros.
toda la vida de las monjas se ordena a conservar concordemente el recuerdo constante de Dios.
En la quietud y en el silencio, busquen asiduamente el rostro del Señor y no dejen de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven. Fijen su corazón a Cristo, que por todos nosotros fue fijado en la Cruz. (LCM 74)
La formación de la persona consagrada es un itinerario que debe llevar a la configuración con el Señor Jesús y a la asimilación de sus sentimientos en su total oblación al Padre;se trata de un proceso que no termina nunca, destinado a alcanzar en profundidad a toda la persona, para que todas sus actitudes y gestos revelen la total y gozosa pertenencia a Cristo, y por ello pide la continua conversión a Dios.
Este proceso apunta a formar el corazón, la mente y la vida facilitando la integración de las dimensiones humana, cultural, espiritual y pastoral.
En particular, la formación de la persona consagrada contemplativa tiende hacia una condición armónica de comunión con Dios y con las hermanas, en un clima de silencio protegido por la clausura cotidiana.
Dios Padre es el formador por excelencia, pero en esta obra «artesanal» se sirve de mediaciones humanas, de los formadores y de las formadoras, hermanos y hermanas mayores, cuya misión principal es la de mostrar «la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en que este se concretiza».
La formación, y en especial la permanente, «exigencia intrínseca de la consagración religiosa» tiene su humus en la comunidad y en la vida cotidiana. Por este motivo, recuerden las hermanas que el lugar ordinario donde acontece el camino formativo es el monasterio y que la vida fraterna en comunidad debe favorecer ese camino en todas sus manifestaciones.
El trabajo es participación en la obra que Dios creador lleva adelante en el mundo. Dicha actividad nos pone en estrecha relación con cuantos trabajan con responsabilidad para vivir del fruto de sus manos, para contribuir en la obra de la creación y servir a la humanidad; en particular nos hace solidarias con los pobres que no pueden vivir sin trabajar y que, a menudo, aun trabajando, necesitan de la ayuda providencial de los hermanos.
Para que el trabajo no apague el espíritu de contemplación y para que nuestra vida sea «pobre de hecho y de espíritu para consumarse en sobriedad trabajada», como nos impone la profesión, con voto solemne, del consejo evangélico de pobreza, realizamos el trabajo con devoción y fidelidad,
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